Es un hecho que conocemos todos aquellos profesionales que llevamos unos años estudiando y aportando soluciones a las pequeñas y medianas empresas que para que estas consigan un espacio en el tráfico mercantil y, lo más difícil, para conseguir que se mantengan en el mismo, es necesario no olvidar ninguno de los aspectos que la configuran. No hay nada peor para la vida de una empresa que pretender dar soluciones parciales a los problemas a los que se han de enfrentar. Bueno sí, si hay algo peor: negar que las dificultades existen.
Y esta afirmación, que puede parecer una mera opinión, viene avalada por la experiencia. A finales de septiembre de dos mil siete nuestros empresarios comenzaron a detectar que en el tráfico mercantil se estaba operando un cambio. Un cambio que no se sabía a qué se debía pero que estaba afectando a sus relaciones: primero con las entidades de crédito (que fueron las primeras que empezaron a restringir las financiaciones); más tarde con los proveedores y clientes (que comenzaron a incumplir sus obligaciones); y finalmente con su propio sistema organizativo (las normas que hasta la fecha venían utilizando dejaron de ser efectivas).
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